LA ELABORACIÓN DE DULCES TRADICIONALES,

UNA COSTUMBRE SALUDABLE

Ángel Fraile de Pablo

Hablamos de cultura tradicional, cuando queremos referimos a un gran número de actividades, formas de diversión, festividades, etc, que celebramos regularmente a lo largo de todo el año y que conocemos desde la infancia, aprendido de nuestros padres y abuelos, todo ello incorporado a nuestra manera de ser como antes lo hicieron nuestros antepasados, y generalmente circunscrito a una determinada zona o comarca.

Un aspecto de esta tradición son los dulces que se elaboraban en cada casa en distintas épocas del año y que en muchos pueblos todavía se siguen haciendo como lo hacían nuestras abuelas; estas recetas, se siguen elaborando con el mismo esmero, mayormente en los núcleos más pequeños, donde parece que todavía la vida trascurre, lentamente, sin los agobios de la llamada “vida moderna”.

Es muy probable que estas costumbre de preparar dulces, venga desde los siglos en que habitaban entre nosotros árabes y judíos, los cuales eran y siguen siendo unos maestros en la creación de sabrosos dulces y al igual que plasmaron su arte en múltiples edificios nos dejaron estas recetas, cuyos productos son menos conocidos, por ser efímeros en el tiempo, pero con unos sabores que nos deleitan.

Los ingredientes utilizados, siguen siendo productos básicos y naturales como los huevos, la leche, azúcar, harina, aceite, aguardiente, piñones, almendras... Otro producto muy empleado es la manteca de cerdo que no faltaba en ninguna casa, la cual servía para conservar la matanza durante todo el año, y para la elaboración de pastas y sabrosos bollos y dulces, cuando el aceite suponía un lujo al alcance de pocos.

Había durante el año, varias épocas en que se hacían y consumían estos dulces:

Por Carnavales: sigue siendo costumbre hacer torrijas en todas las casas, donde se aprovecha el pan duro para preparar, a base de leche, huevo y miel ese manjar que gotea dulzura por todas partes; en algunos lugares se sustituía la leche por vino; naturalmente que estas últimas no eran aptas para todos los públicos.

En Semana Santa, rosquillas de palo; la masa se pasaba por la tradicional briega varias veces, hasta que estaba lista para formar roscas, a las que se daba un pequeño baño con yema batida que una vez horneada les daba un brillo único. Todavía recuerdo de niño que de la misma masa se hacía para los más pequeños unas pajaritas que nos encantaban y que por la Pascua cuando íbamos a rodar el huevo a las eras, nos sabían a rosquillas, nunca mejor dicho.

Uno de los dulces más conocidos por todos siguen siendo las magdalenas, que ahora por ahorrar tiempo y esfuerzo decimos “madalenas”; da igual quien las elabore, pues usando sus ingredientes básicos que son el huevo, harina, aceite y azúcar, están más que apetitosas con ese sabor tan especial que le da la ralladura de limón. Gran fama tienen las que se hacen en Cuéllar, ideales para acompañar un buen desayuno en cualquier época del año.

Puestos a hacer un repaso de aquellos dulces más conocidos, citaremos a una múltiples variedades de pastas en los que se usaban unos moldes metálicos para dar distintas formas a la masa, al igual que se sigue haciendo hoy. Por todos conocidos son los sabrosos bollos de azúcar, cuyo componente más importante es la harina y la manteca de cerdo, hoy casi despreciada, por su mala prensa, pero que al igual que un buen vino, es saludable tomado con moderación.

No nos olvidemos de las famosas ciegas, que se siguen haciendo en ciertas épocas y que llevan mucho trabajo pues hay que introducirlas hasta tres veces en el horno para que están para consumirlas. Todos estos dulces se siguen haciendo, a nivel casero, en hornos de barro, situados en los llamados cocederos; antiguamente se usaban con mucha frecuencia para hacer el pan que se consumía en cada casa, y que en muchos casos estaban situados dentro de la propia vivienda, e incluso dentro de la cocina, pues había que levantarse muy temprano para preparar la masa para que una vez fermentada estuviese lista para hacer el pan al amanecer; después de cocido el pan, se aprovechaba el calor del horno, para hacer dulces; de la propia masa del pan se hacían unas tortas fritas a las que añadían azúcar y que estaban riquísimas.

Se siguen haciendo rosquillas fritas y aunque con los mismos ingredientes, existen ciertas diferencias, dependiendo de quién las elabore.

De finísimo paladar son los turcos, a los que se les espolvorea azúcar y en otros casos coco rallado, dependiendo de los gustos de cada lugar, pero en cualquier caso para chuparse los dedos.

Soplillos, pastas de yema, empiñonados, bollos bañados, hojaldres y un largo etcétera; en definitiva una gran variedad de dulces cuyas recetas están anotadas en multitud de casas, y que tienen en cada sitio su particular toque y sabor, con los mismos ingredientes pero a veces con ese secretillo que le da su punto final, y que cuando alguien pregunta nadie lo reconoce para no desvelar la gracia del mismo.

En una zona tradicional de pinares como es la nuestra se usaba para atizar el horno una leña floja, sacada del olivo del pino y que aquí llamamos “ramera”. Otro leña muy utilizada son las manojeras, también conocidas como sarmientos, y que son los restos de la poda de los majuelos o viñas tan abundantes en épocas pasadas de las que hoy sólo quedan algunas rarezas, mantenidas más por tradición que por producción.

En el otoño época de recogida de algunos frutos, era costumbre preparar algunos dulces aprovechando los frutos otoñales como el dulce de membrillo, dulce de calabaza, dulce de melón; con mosto y calabaza se hacía arrope.

Con la industrialización de los alimentos se han perdido muchas de estas costumbres. En invierno, cuando aún no existían los turrones, nuestras madres, en los días fríos nos entretenían en casa haciendo “cagadillo” a base de azúcar y almendrucos tostados, de la propia cosecha, y no tenían nada que envidiar a las golosinas de hoy en día atiborradas de colorantes y otras cosas.

Deseamos que estas recetas sigan pasando de generación en generación para no perder esos sabores de antaño, que ahora con las prisas, y el estrés, casi hemos olvidado deseando que las nuevas generaciones recojan este dulce testigo.

 


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