¿QUE FUE DE LOS RESINEROS?
Ángel Fraile de Pablo
La extensa
Tierra de Pinares, donde se encuentra incluido Vallelado, comprende una
gran masa arbórea que se extiende por parte de las provincias de
Valladolid y Segovia. Tiene una extensión total de más de 2000 km2.
Estos
pinares están documentados ya, al menos en los años de la repoblación de
Cuéllar, a partir del siglo XIII, donde convivían también montes de
encinas y otras especies, ahora raras por estos lugares. La explotación
que se hizo de ellos durante siglos, era básicamente para abastecer las
viviendas, tan necesitadas de leña en los crudos inviernos, así como
para la fabricación de aperos y útiles de labranza, pequeño mobiliario
para las casas, vigas, postes, etc. La variedad de pino que predomina
es el “pinus pinaster”, aquí llamado negral o resinero,
siendo el pino piñonero o “pinus pinea”, menos frecuente;
en los últimos años es más apreciado este último ya que de él se
obtienen los sabrosos piñones, bien conocidos en nuestra zona, siendo
en el pueblo de Pedrajas de San Esteban donde se elaboran la mayor parte
de la producción nacional y desde donde se distribuyen por toda España
para su consumo en la cocina y en la fabricación de sabrosos dulces.
Volviendo a
nuestro pino más abundante de esta “Tierra de Pinares” diremos, que de
él se han extraído toneladas de resina durante al menos 150 años,
surtiendo a una industria muy próspera hasta los años 70 y 80 del pasado
siglo XX.
Ya en el
siglo XVIII, nos cuenta D. Pedro Ucero, boticario de Cuellar en aquellos
años, que el pinar era muy respetado, pues todas las partes del pino
eran apreciadas en los pueblos de esta extensa comarca: Con la raíz
resinosa, y con un fuerte y agradable olor, se hacían “teas”
para alumbrar las casas. La corteza o “roña”, se molía y
usaba como aislante en paredes y suelos; el tronco para la fabricación
de tablas, muebles, vigas; las ramas del pino, conocida como
“ramera”, una vez seca, servía para atizar los numerosos
hornos, que no faltaban en cada vivienda, así como para cocer el pan y
hacer sabrosos dulces en ciertas épocas del año.
Llegada la
primavera, cuando todavía no se conocían los modernos métodos de
resinación, los pegueros hacían una incisión con un hacha en el tronco
del pino para que éste destilara su sangre o “miera” que
luego sería transformada en la apreciada “pez” que se
cocía en las numerosas pegueras que tenían todos los pueblos. La pez, se
usaba para impermeabilizar las cubas de vino así como los cascos de los
barcos. Ni que decir tiene que esta herida que se hacía en el pino
terminaba con la vida del mismo. Decía D. Pedro Ucero, gran amante y
defensor de nuestro pino: “Murió este árbol por hacer bien al
hombre, y aun después de muerto nos servimos de él, ya para la lumbre,
ya de su madera para artefactos”.
Ucero,
define la miera como: “una sustancia resinosa, pesada, tenaz,
crasa, transparente, de consistencia de miel, sabor acre, amargo y
nauseoso, de color rubro cándido”
En España
comenzó a trabajarse el pinar para la extracción de resina de forma
industrial, a mediados del siglo XIX. El método que primero se utilizó
es el llamado “Hugues” que fue exportado de la zona
francesa de Las Landas; La incisión para la extracción se hacía con una
“azuela”, herramienta con la que se iban sacando unas
finas “virutas” de madera, también llamadas en otras
zonas “serojas” o “zarandajas”. Este método requería de
un aprendizaje y una gran habilidad, así como de gran fuerza física. El
pino sufría mucho y con los años llegaba a secarse, además una vez seco,
la madera no podía aprovecharse más que como leña. En los años 70
comienza a decaer esta industria por diversos motivos: La gente joven no
se incorpora por lo costoso del método, la poca rentabilidad, la
competencia de los productos derivados del petróleo, etc., y todo ello
conduce a que muchos resineros abandonen este trabajo.
Este oficio
durante muchos años era trasmitido de generación en generación, de
abuelos a padres y de padres a hijos. En Vallelado han vivido de él
multitud de familias. Así hemos conocido a Alejandro Velasco que
enseñó el oficio a sus hijos y casi todos ellos han sido resineros:
Ciriaco, Vidal, Marcos, Ángel, Eutimio y Alejandro. Mariano Herrera
junto con sus hijos Sabinia y Juanito, Paulino Sacristán con Justino,
Ángel y Benjamín; Pablo Fraile con Abilio, Víctor, Gonzalo, Pascual,
Rescesvinto, Juan Carretero, y muchos más.
Los pocos
resineros que van quedando en estos principios del siglo XXI, en toda
esta tierra, utilizan ya desde hace años un método que no requiere tanta
técnica, ni esfuerzo físico, es el llamado “Pica de Corteza”
donde es usado un ácido de color blanquecino, ya que se mezcla con
escayola, y que se aplica al pino una vez desroñado este. El ácido
estimula la producción de resina, y deja el pino casi intacto para que
pueda después ser utilizado para madera, al final de su vida.
Nos cuenta
Juan Pablo, de Vallelado, que ha heredado el oficio de su padre, y que
es uno de los pocos jóvenes que todavía sigue como resinero, desde luego
es el único que trabaja los pinares de Vallelado, que la “mata”
de pinos que abre es de unos 5000 pies y que cuando se trabajaba con el
antiguo método utilizando la azuela, cada resinero llevada una mata de
3500 pinos en cada temporada.
La
campaña suele comenzar a principios del mes de marzo con la preparación
de los pinos. Se iba al pinar de madrugada, generalmente a lomos de
burro, para poder llevar las herramientas, así como el agua y la comida
para pasar el día.
El primer
año se comienza a remondar por la base; la primera tarea era desroñar el
pino, que consistía en quitar la gruesa corteza o roña con el
“barrasco”, hasta que quedaba a la vista la madera; con la
“media luna” se hacía una hendidura para colocar una fina “chapa”
que recogería la miera para depositarla en un recipiente o
“pote”, generalmente de barro y que se sujetaba con una punta en
la base, y así pino a pino
hasta dar la vuelta a toda la mata de ese año. Una vez acabado este
trabajo que podíamos de decir de preparación, se empezaba de nuevo “la
mata” haciendo la primera “pica” o “remonde”
con la “azuela, o “escoda”, donde con buena técnica se
sacaban virutas más largas o más cortas, dependiendo de la maestría de
cada uno; estas virutas estaban muy cotizadas y la gente iba a
recogerlas, pues eran de gran ayuda a la hora de encender el fuego de la
lumbre.
Poco a
poco, y cara a cara el resinero iba dando vueltas y vueltas sin dejar ni
un pino sin picar. Es difícil pensar que no se dejaran ninguno sin
trabajar, pero conocían el pinar como la palma de la mano, casi se podía
decir que conocían uno a uno todos los pinos. Cada 15 o 20 días, había
que recoger la miera pote por pote, con una especie de carretillo y unas
latas metálicas para después vaciarlas en las cubas donde se
transportaría a la fábrica; las cubas en un principio eran de madera de
pino, por supuesto, al igual que las que se usaban para el vino y más
tarde metálicas. En pleno verano era frecuente que hubiera tormentas por
lo que los potes se llenaban de agua, y había que dar una nueva vuelta
para quitar el agua de la miera; el agua que es más pesada que la miera
caía al fondo del pote y la resina quedaba arriba por lo que había que
ir uno a uno y con cuidado tirar el agua. En el trabajo de la recogida
de la miera, a veces colaboraba toda la familia, la mujer e hijos del
resinero, ya que este trabajo no requería tanta técnica ni esfuerzo. Con
el método de “pica de corteza” o “ácido”, cada “pica” se hace cada 10
días, y en pinos buenos se llegaba a llenar el pote. Durante toda la
campaña vienen a hacerse de 15 a 20 picas en cada pie.
Llegado
el mes de noviembre, generalmente por los Santos, se acababa la campaña.
La mayor o menor producción en un determinado año, depende de varios
factores, como son el terreno donde se sitúa el pino, la climatología,
si la primavera ha sido favorable en lluvias, etc. Existe y
existía la creencia de que cuando había nublados, se “cortaba la vuelta”
y el pino echaba menos miera.
Actualmente la única fábrica que se dedica a la transformación de la
resina, es la “Unión Resinera” en Coca. Otras fábricas ya desaparecidas
fueron: En Navas de Oro, Hermanos Crespo y Basilio Mesa; en Cuéllar, la
fábrica de los Suárez; En Viana de Cega, La Unión Resinera,
Pocos
días de descanso tenían los afanados resineros. Por entonces no había
tiempo de pensar en vacaciones, y menos en un tiempo de verano que era
cuando había que dar el callo. Sin embargo a mediados del mes de
septiembre y coincidiendo con la festividad de Nuestra Señora del Henar,
los resineros iban a agasajar y dar gracias a su patrona, la Morenita,
como ellos la llamaban cariñosamente. Allí se daban cita resineros de
toda España. Fue en el año 1958 cuando el papa Pío XII proclamo a la
Virgen del Henar patrona de las resinas españolas.
En estos
tiempos, llamados modernos, el pinar ya no tiene la rentabilidad
económica que se daba hace 30 años. Muchos municipios de nuestra tierra,
llenaba sus arcas gracias a la subasta de la resina de los pinares de
propios, así como de las cortas controladas de madera, y aunque los
pueblos siguen con sus pinares, las arcas se encuentran casi vacías. Las
nuevas generaciones deberán de cuidar y dar un utilidad a nuestros
pinares, aunque no vean una rentabilidad económica a corto plazo, pero
mirando hacia una rentabilidad de tipo medioambiental, en una época en
que el medio ambiente y el cambio climático van a marcar las pautas del
futuro de todos. |